martes, 23 de marzo de 2010

Reportaje: los comienzos de una de tantas bandas


Puede parecer un poco ególatra en ocasiones, hablar de uno mismo. Este no es el caso, porque grupos humildes somos muchos, y la mejor manera para saber lo que realmente cuesta salir adelante en este mundo es posiblemente, que la cuenten los propios protagonistas. Y en este caso, yo hablaré por los cinco que integramos esta banda.

En algún momento de nuestra vida nos da por soñar, y por desear no tanto llegar a ser una estrella del rock, sino emularla. Ser estrellas en mi opinión es algo que actualmente no se da de manera natural, y de darse de esta manera, es acojonantemente bonito para las personas, en más de una ocasión sencillas, que encarnan ése papel. Pero con quince años, tú lo que quieres es subirte a un escenario para que las chicas se fijen en ti, y para que la gente te escuche. En ése momento tu no sabes exactamente qué es lo que quieres decir, y eso es algo muy difícil de expresar en el caso de un servidor, que trabaja con notas más que con letras.

Y entonces, en una de esas tardes de verano en las que no tienes absolutamente nada que hacer, puede que entre humos dulces o bebidas amargas saliera la idea de formar un grupo con tus colegas. En nuestro caso, ninguno teníamos ni idea de lo que era una corchea, pero el respaldo fue abrumador, y de hecho hubo discusiones por resolver quién es el que se colgaría el bajo. Eso tiene su explicación en que a priori, era el instrumento más dócil que había encima de ésa mesa de humo. Y la cosa se quedó ahí, en una de tantas. Pero a mi me gustó la idea, y consciente de que eso no tenía más repercusión que lo que en sí era un tema de conversación de tantos, y las sucesivas coñas que le sucederían, yo pensé en comprarme una guitarra.

Y ví en un periódico gratuito un pack de guitarra que se vendía junto a mp3 y puede que alguna tostadora. Yo solito me fui a barquillo, y llegué a mi casa con el armatoste que había paseado por el metro. No tenía ni idea, pero tenía ganas y una cámara. Y me grababa cosas que con nulos conocimientos me sonaban aceptables en ése momento, me veía y me entraban más ganas de tocar. Ahora les echo un ojo a esos vídeos, y me compadezco de mi familia y mis vecinos. No parecía que estuviese restregado en un pilón a un gato, era mucho peor. Pero bueno, por algo se empieza.

Y con las armas en casa, volví a sacar el tema entre mis amigos, a ver si colaba. Fue Edu el único que me hizo caso, y (con el tiempo) se compró también sus cosas de bajista, coincidiendo ya con la compra de mi segunda guitarra. Teníamos claro ya a aquellas alturas que queríamos formar un grupete, pero tocábamos como el orto, y no teníamos ninguna preferencia especial por el tipo de música en el que se desenvolverían nuestras notas.

Un día, en mi propio cumpleaños, con una amiga que habíamos conocido unos meses atrás, Tamy, acordamos los tres fundar un grupo que todavía no tenía nombre (y pasaría por lo menos un año con esa condición) y buscar a gente para que a eso le pudiéramos llamar grupo.

Y yo, sin tener ni idea. Hacía mis pinitos, vale, pero todavía no tenía un nivel suficiente como para conservar mi integridad física al acabar un hipotético bolo. Y en la universidad me tocó hacer un trabajo en grupo con un sujeto llamado Pancho. Me contaba que el también tocaba la guitarra, que había tenido un grupo, pero que salió del último ensayo casi a hostias. Así que su predisposición no era muy latente en un principio. Pero se lo dejé caer, y a la semana me ofreció sus dedos para tocar con nosotros.


Y pasamos de ser tres gilipollas, a ser cuatro. Lo digo con todo el cariño del mundo, por supuesto. Pero en ése momento se abriría un capítulo un tanto complicado, y por el que muchos grupos han tenido que pasar, no sin más de un disgusto o un desespero. En nuestro caso nos faltaba un batería, algo bastante crítico para un grupo. Y comenzamos a peinar Internet en busca de alguien que se sentase a la batería.

Mientras tanto, nos ayudaba a las baquetas David, un amigo de Tamy. Tocaba muy bien, pero también muy alto, y muy bestia. Si alguna vez entráis a vuestra sala de ensayo, o a la de algún amigo, pedidle que suba su ampli al máximo. Ahora multiplicad ése volumen por tres, porque somos dos guitarras y un bajista, e imaginaos cómo debía tocar ése tío para que sólo se le escuchase a él. Afortunadamente, aquellas sesiones no afectaron sustancialmente nuestra capacidad auditiva.

Y en lo que se refiere a los baterías que probamos, uno declinó nuestra oferta por buscar algo más profesional. Otro, y esto es muy gracioso, se presenta al local de ensayo, y tras sonar eso a algo muy raro, porque yo seguía al batería, el batería al bajista (Edu), y éste último a mi, nos tomamos unas birras a la salida. Y la pregunta tenía que salir “

- ¿Cuánto tiempo llevas tocando la batería?”

He de aclarar, que ya que nosotros no teníamos un nivel bueno, no lo íbamos a exigir a nuestros posibles bateristas. Aunque en ocasiones, ésa humildad no era recíproca aunque el nivel sí lo fuera. Sigo con la conversación:

- Pues con esta hora de ensayo, llevo una hora y veinte minutos tocándo la batería.
- ¿Si? ¿Y los otros veinte minutos?
- En mi casa, antes de venir a ensayar
- Ah, pero, ¿tienes una batería en casa?
- No, imaginaria.

Nuestras caras se quedaron con una homogénea expresión simiesca, la risa nos entró después. Y a partir de entonces, le llamamos el mono con cucharas. Se llevó un buen disgusto cuando le dije que no contaríamos con él. Puede parecer cruel, y posiblemente lo sea, pero las risas no nos las quita nadie.

Tras el señor de la batería imaginaria, probamos a un buen batería mexicano. Se llamaba Francisco, y de buena gana aceptó quedarse en nuestra formación. Era un tipo muy majo, aunque un poco caótico. Nos contaba que venía de ilegal, que curraba en un bar con un jefe un poco cabrón, y que se daba cuenta que el dinero que había ahorrado en México, no era tan cuantioso una vez llegado aquí. Tras el segundo ensayo, no volvimos a saber nada de él. Así, por las buenas. Inaudito.

¿Seguís despiertos? Cuando ya pensábamos que en la vida íbamos a encontrar un baterista normal (bueno, corrijo, no hay ningún baterista al que puedas considerar normal, me refería a estable) encontramos a Diego. Diego, venía de Chile a tocar Doom metal a España, y al final lo ha conseguido un poquito, porque somos muchas corrientes musicales las que engordan el carácter de nuestro grupo. Tenía un palmarés envidiable, y una técnica cojonuda. Pero lo mejor de todo es que conseguimos engañarle para que se quedara (jejejeje).

Y ya serían muchas cosas las que se sucederían, pero creo que tenéis mejores cosas que hacer que seguir leyéndome. Muchos momentos dulces, y otros más amargos. Pasamos de nuestro nivel de mierda, a tocar metal progresivo, y a dejar a más de uno con la boca abierta (músicos, porque el resto no nos entiende). Y muchas cosas más que, al fin y al cabo, son momentos que podemos vivir ahora. Somos Silent Vice, y somos músicos.

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